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Rock de estadio 2.0

Dom 20 May – Coldplay, Marina & the Diamonds, Rita Ora
Lo han vuelto a hacer. Coldplay congregó ayer en el estadio Vicente Calderón a 55.000 personas siete meses después de su concierto en Las Ventas, donde presentaron su nuevo largo Mylo Xyloto, ante una plaza también abarrotada.

Sigue siendo más que sorprendente el poder que tienen Chris Martin y los suyos de seguir atrayendo a gente a sus conciertos, pese al extendido rumor que sigue levantando la banda allí por donde pasa: fórmula repetitiva y poco novedosa. Puede ser, pero también efectista.

¿Qué se puede esperar de un concierto que, ya de inicio, comienza con una espectacular ráfaga de fuegos artificiales la cual desprende colorido por los cuatro costados? En teoría, que el recital vaya a menos. Ni por asomo. La puesta en escena, espectacular. El público, ataviado con pulseras luminosas que repartía la organización, hizo el resto. Como uno más, como pieza de ese engranaje tan estudiado que son Coldplay, la gente se sentía parte del show. Y eso, también les hace especiales.

Hurts Like Heaven, In My Place y Major Minus, daban el pistoletazo de salida. La tónica del concierto iba a tirar por esa vertiente. Mayoría de temas del último trabajo y del notable segundo, A Rush Of Blood To The Head. Mientras tanto, el Calderón parpadeaba (literal) boquiabierto ¿Poco novedoso? No lo sé, pero hasta el momento, a nadie se le había ocurrido.

A los mencionados temas les siguieron los himnos The Scientist y Yellow —la única representación de su álbum debut Parachutes, por desgracia, en todo el concierto—. A estas alturas, Chris Martin ya se había metido a la muchedumbre en el bolsillo. Up In Flames y Warning Sign pusieron la pausa; eran la calma que precede a la tempestad. También Princess of China, el tema en el que colabora Rihanna, y en mi opinión de lo peorcito de su repertorio, pero que fue recibido —para mi sorpresa— muy bien entre la gente.

Tempestad porque se venían Don’t Let It Break Your Heart —¿el mejor tema de Mylo Xyloto?— y la épica Viva la Vida. Sin duda, un punto de inflexión en su carrera. Es un tema hecho para este tipo de conciertos, para el rock de estadio. Por los ritmos, por los coros… porque Coldplay es un grupo que se desenvuelve como pez en el agua en estos ambientes. Por lo menos, desde su X&Y. Un huracán al que siguieron Charlie Brown y Paradise —quinceañeras, Coldplay es más que esta última—.

Otra pausa. Us Against the World y una desmejorada Speed of Sound en acústico —¿por qué?— sonaban en otro escenario improvisado al que, a despistados como yo, nos costó encontrar y que estaba situado unos cien metros por delante del escenario principal, a la espalda de la gran mayoría ¿Poco novedoso? Puede, pero tampoco a nadie se le había ocurrido antes.

La guinda la iban a poner Clocks y Fix You, emotivas como pocas —sobre todo esta última—. Imposible resistirse al líder del grupo al piano y los primeros compases de un tema que, de largo, es de los más famosos de la banda. Otro de esos himnos para tocar en estadios con el público coreándola una y otra vez. Ni que decir tiene que, al igual que en Las Ventas, serían la pirotecnia y una plagiada insipirada y polémica Every Teardrop Is A Waterfall las que pusieran punto final a un sobresaliente concierto.

Inevitable hacer comparaciones con U2. Inevitable rendirse a lo superlativo de Coldplay. Les han tildado de previsibles, cansinos, monótonos. O les amas o les odias. Soy de los primeros. A pesar de Princess of China. Porque media hora después del concierto todavía se podían escuchar los coros de su Viva la Vida. Porque son uno de los grupos más importantes del planeta. Porque son ambiciosos. Incluso egoístas. Porque en ese egoísmo de querer ser más y más reside su grandeza.

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