2009年 07月 27日 月曜日 14:47
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Esta es la historia de un sueño cumplido, la historia de una ilusión adolescente felizmente materializada al cumplir los treinta. Cuando casi veinte años atrás te prometiste a ti mismo que alguna vez verías a U2 en Dublín ni si quiera estabas seguro de poder cumplirlo, parecía un imposible, pero lo has conseguido y ahora se lo dedicas a todos aquellos con los que a lo largo de los años has compartido interminables charlas estúpidas (o trascendentales, según se mire) sobre la banda irlandesa.
Tras años de espera, el viernes por la noche llegas a Dublín en un bonito avión de Aer Lingus y desde el cielo divisas el estadio, totalmente iluminado, donde U2 están ofreciendo en ese momento el primero de su tanda de tres conciertos caseros -24, 25 y 27 de julio-. Camino del centro de la ciudad ves carteles de aviso a los conductores acerca de cambios en el tráfico durante los próximos días debido a que 'U2 Croke Park this weekend'. Es imposible no sentir esa ilusión infantil y deslumbrar con un brillo especial en la mirada.
Son algo más de las once de la noche y ese primer concierto acaba de finalizar, por lo que el bus queda atrapado en un atasco monumental. Todas las calles llenas de gente, el estadio iluminado al fondo de varias calles, camisetas de la banda por todas partes… estás tan predispuesto que incluso disfrutas de esta ligera adversidad. Pero es urgente, es cuestión de vida o muerte ya, quieres llegar al hostel, a esa habitación para ocho spanish fans, dejar la mochila y arrojarte a los brazos del Temple Bar.
El centro de Dublín está literalmente tomado, invadido, sometido, conquistado, podría decirse que turbiamente sodomizado por personitas de un montón de nacionalidades que lucen imponentes todas uniformadas con sus camisetas de U2 (y sus tatuajes, sus gorras, sus chapas, seguramente sus gayumbos y sus tangas…) Si este no es tu rollo, la capital irlandesa es posiblemente el peor sitio para estar ese fin de semana. Heaven and hell. No hay concesiones a la galería, tienes que ser monotemático y sudar U2 por todos los poros de tu cuerpo. Porque si no, what the fuck?
Los bares son un descontrol absoluto, gargantas rotas de gente que piensa que está en el concierto, sudor, calor y empujones para conseguir algo para regar el gaznate, los camareros no pueden con la vida. Así acaba el viernes y así continúa el sábado, con todavía más gente paseando, haciendo tiempo para que a las tres de la tarde empiece la multitud de conciertos de bandas de versiones en los baretos para consolidar aquello del pensamiento único. Antes de eso, algo de comida en un bar cualquiera con música de U2 y videos de U2 y fotos de U2.
Todo Dublín es un parque temático de U2. Has pagado por tener la pulsera vip para montarte en todas y cada una de las putas atracciones, de modo que no vas a parar hasta caer rendido. Tu compañía es inmejorable y también llega dispuesta a arrojarse a las fauces del frikismo militante extremo. No estás dispuesto a pisar el freno y es que hasta te emocionas con esa banda que, aunque ridícula en las fotos por aquello de 'querer parecerse a los originales', luego resulta que te dan la vida con sus covers. Algunas son un desastre y otras regulares, pero todo el bar corea, se abraza, levanta los brazos, baila… hasta los cimientos de los bares sudan Guinness.
Un paseo hasta el estadio al que cada vez se va uniendo más gentío. De fondo comienzas a escuchar a los Kaiser Chiefs pero te da completamente igual porque hay que estar a lo que hay que estar. A piñón fijo, a todo trapo. Llevas horas escuchando canciones de U2, ya has comenzado incluso a perder voz, tu cartera está cada vez más diezmada después de tanta 'paint of heineken', pero te estás acercando al colofón. Las horas de precalentamiento se acaban. A partir de ahora es lo que diga Bono y los demás… a cerrar el boquino.
Ya sobran las palabras. Tras un inicio dubitativo por culpa de cómo llegaba el sonido a la grada, haces un ligero movimiento entre las filas y consigues colocarte en una posición óptima. Es aún de día, pero 'Bono and the boys' están 'rockin' at home' como pude leer en varios titulares de la prensa local, y la magia sencillamente surge. Flota en el ambiente esa sensación de que los hijos pródigos, los héroes locales, están de vuelta y medio Dublín está allí para saludarles. Beautiful Day y Misterious Ways suenan a gloria.
Arrancan I Still Haven't Found What I'm Looking For y sientes que estás más vivo que nunca. Es una canción que no sueles poner en casa, ni en el coche, la tienes muy trillada, pero por algún motivo te estremece y notas cómo tu corazón se roza con las costillas mientras te marca el ritmo a seguir. Es la emoción, es la felicidad, es la pasión, es eso que o sientes o no sientes y que hace tan especial a la música. Porque 75.000 personas de medio mundo coreando juntos a pleno pulmón te hace confiar en el ser humano.
De la emoción a la alegría sin más de poder seguir cantando gracias a Angel of Harlem. Ya no queda opción para tirarse en marcha y las canciones se suceden. The Unforgetable Fire. City of Blinding Lights es sublime por eso que tu sabes y por un momento sopesas seriamente la posibilidad de arrojarte grada abajo sobre los brazos del respetable, pero en un instante de lucidez lo descartas. Con Vertigo todo Dublín parece venirse abajo. Con el remix de Crazy Tonight todo Dublin parece una fiesta house. Con Sunday Bloody Sunday todo Dublin se desgañita.
La idea del sueño cumplido regresa cuando encadenan Pride, Walk On, Where the Streets Have no Name y One. En ese momento no se te ocurre un lugar mejor en el que estar, acompañado de miles de colegas desconocidos con los que sabes que estás conectado para siempre, disfrutando de la mirada de ilusión y las sonrisas de tu novia, intentando por todos los medios que el tiempo se detenga en ese maldito instante de comunión definitiva con el mundo. Pero no lo consigues ni si quiera gracias a Ultraviolet, el delirio clásico de With or without you y el acogedor cierre a medio tiempo de Moment of Surrender.
La banda y la multitud intercambian aplausos durante unos largos segundos. No les están agradeciendo el concierto de esta noche (que también). Les están agradeciendo que una vez, allá por finales de los setenta, decidieran luchar por su sueño de rocanrol y, de ese modo, sin saberlo, convertirse poco a poco en la banda sonora de varias generaciones. Les están agradeciendo los momentos compartidos, las emociones, las borracheras absurdas, los amigos ganados gracias a su música, los recuerdos, que estén ahí en las fiestas, las rupturas sentimentales, los buenos tiempos, los malos momentos… que sean eso, la banda sonora de sus vidas. Algo que no se tiene que explicar con palabras, porque no se puede explicar con palabras. Si acaso, se podrá explicar con gritos de júbilo, abrazos, besos y brindis incesantes. Pero no con palabras, maldita sea, eso sería demasiado vulgar.